Heechees

En 1977, Frederik Pohl escribió Pórtico, que fue premiado con los tres grandes galardones de la ciencia ficción: el Hugo, el Nebula y el Locus. Es la primera novela de lo que sería posteriormente la “saga de los Heechee“. En ella cuenta el viaje de Robinette Broadhead, explorador de “Pórtico”, un asteroide repleto de pequeñas naves espaciales capaces de viajar a velocidades ultralumínicas que fue abandonado por una raza extraterrestre, los Heechees, hace medio millón de años. Subir en una nave Heechee supone una lotería, pues tienen un destino prefijado que no puede ser modificado debido a la falta de conocimientos de la tecnología avanzada de los extraterrestres. Es un viaje de ida y vuelta, a un destino desconocido que bien puede ser un planeta habitable, un gigante gaseoso, una nube de Oort de cualquiere estrella o incluso un agujero negro…

Esta primera novela es fascinante y un caramelo para el aficionado a la ciencia ficción clásica: una historia interesante, naves espaciales y agujeros negros. ¿Qué más se puede pedir? Pues, quizás se podría pedir que lo hubiera dejado así.

En la segunda entrega, “Tras el incierto horizonte”, nos volvemos a encontrar con Robinette Broadhead, y uno ya empieza a preguntarse si su apellido (literalmente “Cabeza ancha”) no estará escogido a propósito , porque, simplemente, no hay dios que lo aguante. Bueno sí, su software “listillo sabelotodo” llamado Albert Einstein, y una mujer que debe tener el hueco asegurado en el cielo al que vayan los personajes de ciencia-ficción. Pero a pesar de lo cargante del personaje principal, vuelven a aparecer los enigmas relacionados con los Heeches y nuevas ideas y artefactos, como la Factoría de Alimentación. Y, por fin, se resuelve el enigma de los famosos “molinillos de oración” heechees.  Siguen sin aparecer los Heechees por ningún lado, y eso es un punto a favor de la novela; la imaginación sigue volando.

En la tercera entrega, “El encuentro”, todo parece girar en torno a la idea de “volcar” una mente humana en un ordenador. Y, lo que tenía que ser la solución a las dudas sobre los Heechees, se convierte en una aburrida disertación sobre las ventajas de no poseer un cuerpo biológico y las dudas existenciales del (en esta novela, directamente repulsivo) personaje principal, Robinette Broadhead. No sólo eso, sino que pudiendo ahondar en ese tema desde perspectivas más interesantes (la del software “Albert Einstein”, por ejemplo, al que el autor ha dado a luz completamente capado respecto a su personalidad como entidad pensante), todo se queda en las egoistas y aburridas paranoias sin interés de un personaje al que te gustaría asesinar con tus propias manos.

Además, todo el asunto de los agujeros negros como si fuera meros escondites, de los que los Heechees entran y salen como quien coge el coche para irse de vacaciones, es bastante absurdo y chapucero. Así, la emoción de, por fin, conocer a los Heeches se diluye entre el aburrimiento y la incredulidad.

Y, por fin, “Los anales de los Heechees“, que, de nuevo, redunda  en los monólogos aburridos sobre las dudas existenciales del “cabezón” del protagonista, sobre lo rápido que es el pensamiento cuando no tienes cuerpo biológico y lo lenta que es la gente que todavía vive “en carne”. Algunas pagínas quedaron sin leer, porque son insoportables. Como partes positivas tenemos protagonistas Heechees, una trama con dos maníacos bastante inquietante, y la aparición de un “enemigo” común que hace que ambas especies, humanos y heechees, colaboren.

 

Como colofón, Pohl editó una colección de cuentos previos al desarrollo de las novelas, en los que se cuentan algunas historias sobre las experiencias de los exploradores de Pórtico. Estos sí que dejan un buen sabor de boca y, aunque después de todas las novelas de la saga ya conocemos más que suficiente de los Heechees, consiguen alimentar la imaginación y volver al ambiente que conseguía la primera novela. Un buen epílogo para una saga que, a pesar de todo, sigue siendo un clásico que merece la pena conocer.

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