La tierra permanece

Después de sufrir un desafortunado encuentro con una serpiente de cascabel, que lo lleva al borde de la muerte, Ish se despierta en un mundo cambiado: una terrible epidemia ha terminado con casi toda la población. En este nuevo mundo, poblado por escasos supervivientes aislados, es necesario plantearse el difícil futuro de la humanidad.

“La Tierra Permanece”, escrito por George R. Stewart en 1949, es uno de los clásicos de la ciencia ficción americana, y ha permanecido como tal hasta este nuestro recién estrenado siglo XXI.

Es fácil encontrar cientos de comentarios sobre sus virtudes, como el perfecto ejemplo de ciencia ficción post-apocalíptica y ecologista. En ella, el ser humano es despojado de su lugar privilegiado como amo del mundo, condenado a perder las ventajas que una compleja sociedad tecnológica le aportaba, pues es imposible mantenerla cuando la población se reduce tan drásticamente.

Las ideas de este libro pueden encontrarse en numerosos libros, películas e incluso documentales, como los del canal Historia, “la vida sin nosotros“, en los que analizan qué le ocurriría a nuestras creaciones como sociedad con el paso del tiempo si la humanidad se esfumase de un día para otro. Eso mismo aparece en la obra de Stewart como pequeñas acotaciones a la narración general.

No obstante, a pesar de su importancia como referente, me parece exagerado considerarlo un clásico inmortal, como hacen algunos. Más de 60 años se notan… y mucho.

En primer lugar, Ish, el personaje principal que articula la historia. A pesar de ser geógrafo, en ningún momento de la novela se le ocurre siquiera pensar que pueda haber supervivientes en otras partes del globo. Es decir, si la humanidad sobrevive, lo hará en los Estados Unidos de América, que Dios los bendiga… Y, por supuesto, sobrevivirán blancos. Como muestra, un botón:

Se quedó un momento ante el volante, sumergido en sus pensamientos. Si me quedara, aquí, reflexionó, podría ser un verdadero rey. No les haría mucha gracia, pero con la colaboración de los viejos hábitos acabarían por resignarse. Cultivarían mis legumbres, cuidarían mis gallinas, y hasta tendríamos una o dos vacas. Harían, en fin, todo el trabajo. Yo sería un rey, aunque en pequeña escala.

Pero la idea se le borró enseguida, y se puso en marcha pensando que los tres negros habían solucionado mejor que él el problema de la nueva vida.

Sí, sin duda. Tan bien lo habían solucionado que en el resto de la novela ni siquiera intenta volver a contactar con esa tribu… y, curiosamente ninguno de los miembros de la suya es negro. Bueno, sí, Em, la que será su pareja, que le confiesa entre llantos que es mulata; Ish, por supuesto, lo entiende: así de bueno es nuestro protagonista.

Tan bueno como en el siguiente extracto:

– ¿Por qué quiere que deje tranquila a Evie? ¿Es su amiguita?

– Por algo muy simple – dijo Ish rápidamente – En nuestro grupo no hay seguramente genios, pero tampoco imbéciles. No queremos cargar con unos cuantos niños idiotas, como lo serían fatalmente los hijos de Evie.

Evie, miembro de la tribu (que ni siquiera incluye en el recuento de miembros de la tribu: “somos ya 7 adultos y 3 niños, más Evie”), es una muchacha que recogieron algunos miembros y que parece tener alguna discapacidad. Claro, que nadie la toque, no nos vaya a fastidiar la repoblación del mundo con hijos idiotas. El que quiere contacto carnal con ella, por cierto, es Charlie, al que el autor identifica con el mismo diablo llenándolo de enfermedades venéreas (qué curioso: sospechemos del extraño, porque nos trae la muerte, porque es un pecador…mmmm, que me da a mí que eso me suena…)

No merece la pena seguir contando la cantidad de machismo y prepotencia, aunque sea de manera sutil, que destila el protagonista. Es normal: años 50 en Estados Unidos. No hay más que hablar. Pero estos aspectos de la obra la inhabilitan para ser lo que algunos quieren ver en ella. Stewart supo describir con maestría lo que sería de un mundo sin nosotros, pero si a alguien le parece un ejemplo conmovedor de la naturaleza humana y su afán por la supervivencia, pues que se lo haga mirar.

Bueno, eso se lo podrá parecer a un católico convencido, porque esa es otra: las citas bíblicas. Supongo que es por eso que algunos la ponen en el altar de grandes obras de la humanidad. (Anda, mira. Ahora ya ubico mejor lo que pasa con el tal Charlie… todo un demonio extranjero que viene a pervertirnos y a tirarse a la tonta del pueblo, pobrecita, que ella no tiene la culpa que Dios la ha hecho así). Porque no hay que dejarse engañar: las religiones en este libro desaparecen en la tribu (y menciona otra tribu de fanáticos religiosos, como si quisiera curarse en salud, para dejar claro que el fanatismo no es el camino), pero ahí está Ish, que, parece que por desidia, ya les deja un recuerdito con su eterno martillo, a lo Thor. Y ahí están esas citas bíblicas tan bien escogidas, insisto.

En cuanto a lo ecologista de la novela, tampoco me convence desde nuestra perspectiva actual. También es bíblico este ecologismo.  Puedo comprender que emocionara en su época, incluso hasta un par de décadas después. Pero no entiendo que nadie perciba lo desfasado de su enfoque. El hombre vuelve a las cavernas, a usar un arco y flechas y, lo siento, pero es la sensación que me queda, a no retener nada de lo aprendido y condenado a repetir los mismos errores. Se respeta a la naturaleza como un igual, sí, pero no hace más que iniciar otra vez el mismo camino de destrucción de la misma. La solución no está en volver a las cavernas. ¿Stewart no sabía que no hace falta más tecnología que unas lanzas y unas flechas y un poquito de ayuda de la naturaleza para acabar con especies enteras? ¿No le consultó al Mamut? ¿Es esta la ecología que tanto se admira en este libro?

Hay algunos detalles más que han hecho envejecer esta novela (el asunto de las bibliotecas, que no luche con más ahinco por mantener siquiera la escritura y la lectura en su tribu, el sospechoso e intranquilizador hecho de que sólo parecen haber sobrevivido mis peores alumnos de la ESO…).

No sé. Hay que leerlo, es imprescindible para un amante de la ciencia ficción. Hay que disfrutarlo como lo que es, y darle la importancia que tiene, no más. Su valor literario es innegable, pero, por favor, que nadie hable de sus “significados profundos” a estas alturas, porque son éstos los que van a hacer que nos vayamos al hoyo.

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